La Tormenta que se Aproxima
Semanas o hasta meses antes, empiezan a notarse las señales claras de que un start-up va a fracasar. La gente empieza a llegar tarde por la mañana o tomarse un par de horas a la hora de la comida. Eso quiere decir que están yendo a entrevistarse para cambiar de trabajo a otra compañía. También dejan de ir al trabajo los sábados porque ya no sienten la urgencia de hacer que aquello funcione, salga adelante, se termine de diseñar, se afine el producto o servicio.
Cuando regresé del inútil viaje a las imprentas, las señales estaban por doquier: las chicas Jumbalaya pasaban el día platicando entre sí o con amigos por teléfono. Shimon estaba ausente la mayor parte del día. Alegaba que estaba buscando casa, lo que en Silicon Valley puede llevar meses, si no, años. El tipo de marketing se la pasaba llamando a juntas, a las que nadie asistía. El CEO se encerraba en su oficina, paralizado, porque literalmente no sabía qué hacer.
Para colmo de males, Everardo me recibió con malas noticias: el CEO había contratado a un tipo para que se encargara de los dos servidores que teníamos. ¿Por qué lo contrató? No sé, porque su única gracia parecía ser que era campeón de "ballroom dancing."
Cuando terminó Everardo de darme las noticias, noté que había algo más.
"¿Qué pasa? Creo que hay algo más que me quieres decir."
"Si. Antes de que me quitaran la administración de los servidores, me di cuenta que habían varios emails y grabaciones de mensajes guardados que, pues..."
"¿Que pues qué?
"El de marketing y Shimon han estado negociando con el dueño del nombre de la compañía para llevarse el nombre a otro start-up. Piensan que este va a tronar."
Eso era el colmo. Traidores y ladrones. Se llevaban las joyas de la corona y seguramente recibirían un buen puesto y salario en el nuevo start-up como recompensa.
Fui a hablar con el CEO. Lo encontré en lo que se puede llamar "estado de negación." Cuando le platiqué lo que sabía, no lo creyó.
"Debe haber un error o una buena explicación para que hicieran eso," me dijo.
Yo ya no tenía nada que decir. No había ya argumento que valiera. La tormenta pendiente estaba por estallar y el CEO, como las avestruces, escondía la cabeza en la arena.
Dos días después aparecieron dos guardias de seguridad, uno en cada puerta de salida y entrada. Nos advirtieron que no podíamos salir con cualquier cosa de valor ( teléfonos, laptops, etc.) que fuera propiedad de la compañía. Esto es normal. Cuando una start-up o compañía cierra, los inversionistas recuperan algo vendiendo o rematando todo artículo de valor.
Un día antes del cierre definitivo, Everardo entró a mi oficina y me dijo:
"Ya están cambiando las chapas y cerraduras de las puertas."
"Es normal. No tardan en pedirnos los guardias que nos salgamos de las oficinas y que nada más podemos llevarnos cosas personales."
Me dijo Everardo:
"Dos amigos y yo vamos a iniciar un start-up. Tenemos ideas que mejoran, y por mucho, lo que tú y yo descubrimos de comunicaciones con máquinas de búsqueda cuando elaboramos los programas que nos valieron las patentes. ¿Quieres participar? Te invitamos."
"No," le dije, "me voy regresar a casa. Estoy harto de tanta pendejada aquí en Silicon Valley."
Hubiera aceptado: seis meses después Cisco compró la pequeña compañía de Everardo y sus amigos, y, además de darles una buena cantidad de dinero por el software que habían desarrollado, les dio puestos en el departamento de investigación y desarrollo.
El día siguiente del arribo de los guardias, al llegar a la oficina, nos informaron: teníamos que abandonar el lugar antes del mediodía. Nos dieron una caja de cartón donde deberíamos de poner solamente cosas personales. Nos advirtieron que las cajas serían revisadas cuando saliéramos de la oficina.
Shimon y el tipo de marketing no estaban. Seguramente ya estarían instalados en sus nuevos empleos. El Gordo me dejó un recado. Decía que había ido a comprar una camioneta con asientos hechos especialmente para gente que pesara más de 350 libras. Me invitaba a tomar una cerveza en su casa.
El CEO estaba en su oficina, poniendo papeles y otras cosas en su caja. Se le veía casi al borde de las lágrimas. Pensé en entrar y decirle que la próxima vez, fuera más cauteloso en... Pero, lo pensé mejor y solo me despedí y le desee buena suerte.
Ya en mi apartamento, empaqué mis cosas, hablé a American Airlines. Pedí un boleto con upgrade a primera clase hasta Monterrey.
MAÑANA: Resumen y Conclusiones
Cuando regresé del inútil viaje a las imprentas, las señales estaban por doquier: las chicas Jumbalaya pasaban el día platicando entre sí o con amigos por teléfono. Shimon estaba ausente la mayor parte del día. Alegaba que estaba buscando casa, lo que en Silicon Valley puede llevar meses, si no, años. El tipo de marketing se la pasaba llamando a juntas, a las que nadie asistía. El CEO se encerraba en su oficina, paralizado, porque literalmente no sabía qué hacer.
Para colmo de males, Everardo me recibió con malas noticias: el CEO había contratado a un tipo para que se encargara de los dos servidores que teníamos. ¿Por qué lo contrató? No sé, porque su única gracia parecía ser que era campeón de "ballroom dancing."
Cuando terminó Everardo de darme las noticias, noté que había algo más.
"¿Qué pasa? Creo que hay algo más que me quieres decir."
"Si. Antes de que me quitaran la administración de los servidores, me di cuenta que habían varios emails y grabaciones de mensajes guardados que, pues..."
"¿Que pues qué?
"El de marketing y Shimon han estado negociando con el dueño del nombre de la compañía para llevarse el nombre a otro start-up. Piensan que este va a tronar."
Eso era el colmo. Traidores y ladrones. Se llevaban las joyas de la corona y seguramente recibirían un buen puesto y salario en el nuevo start-up como recompensa.
Fui a hablar con el CEO. Lo encontré en lo que se puede llamar "estado de negación." Cuando le platiqué lo que sabía, no lo creyó.
"Debe haber un error o una buena explicación para que hicieran eso," me dijo.
Yo ya no tenía nada que decir. No había ya argumento que valiera. La tormenta pendiente estaba por estallar y el CEO, como las avestruces, escondía la cabeza en la arena.
Dos días después aparecieron dos guardias de seguridad, uno en cada puerta de salida y entrada. Nos advirtieron que no podíamos salir con cualquier cosa de valor ( teléfonos, laptops, etc.) que fuera propiedad de la compañía. Esto es normal. Cuando una start-up o compañía cierra, los inversionistas recuperan algo vendiendo o rematando todo artículo de valor.
Un día antes del cierre definitivo, Everardo entró a mi oficina y me dijo:
"Ya están cambiando las chapas y cerraduras de las puertas."
"Es normal. No tardan en pedirnos los guardias que nos salgamos de las oficinas y que nada más podemos llevarnos cosas personales."
Me dijo Everardo:
"Dos amigos y yo vamos a iniciar un start-up. Tenemos ideas que mejoran, y por mucho, lo que tú y yo descubrimos de comunicaciones con máquinas de búsqueda cuando elaboramos los programas que nos valieron las patentes. ¿Quieres participar? Te invitamos."
"No," le dije, "me voy regresar a casa. Estoy harto de tanta pendejada aquí en Silicon Valley."
Hubiera aceptado: seis meses después Cisco compró la pequeña compañía de Everardo y sus amigos, y, además de darles una buena cantidad de dinero por el software que habían desarrollado, les dio puestos en el departamento de investigación y desarrollo.
El día siguiente del arribo de los guardias, al llegar a la oficina, nos informaron: teníamos que abandonar el lugar antes del mediodía. Nos dieron una caja de cartón donde deberíamos de poner solamente cosas personales. Nos advirtieron que las cajas serían revisadas cuando saliéramos de la oficina.
Shimon y el tipo de marketing no estaban. Seguramente ya estarían instalados en sus nuevos empleos. El Gordo me dejó un recado. Decía que había ido a comprar una camioneta con asientos hechos especialmente para gente que pesara más de 350 libras. Me invitaba a tomar una cerveza en su casa.
El CEO estaba en su oficina, poniendo papeles y otras cosas en su caja. Se le veía casi al borde de las lágrimas. Pensé en entrar y decirle que la próxima vez, fuera más cauteloso en... Pero, lo pensé mejor y solo me despedí y le desee buena suerte.
Ya en mi apartamento, empaqué mis cosas, hablé a American Airlines. Pedí un boleto con upgrade a primera clase hasta Monterrey.
MAÑANA: Resumen y Conclusiones
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