De tchotchkes y trinkets y cosas así

"Tchotchkes" es una palabra yiddish que significa algo de poco valor, una baratija, algo que, como dice la definición del Urban Dictionary si ladrones entraran a tu casa, no se lo llevarían. Es el niño de porcelana que sentado en un tronco tocando la flauta te llamó la atención en la tienda de "Todo por un Dólar."

En los negocios, especialmente en los negocios de seminarios, presentaciones de productos, y otras reuniones masivas que hoy en día se concentran en Las Vegas, los tchotchkes hacen presencia en forma de bolígrafos, carpetas, flash keys, tazas de café, vasos térmicos y otros objetos que, con el nombre le la compañía o producto impresos en su costado, pretenden dar a conocer dicha compañía o producto. Le regalan a uno docenas de estas cosas en estos "shows." Y si no tienes cuidado, terminas pagando sobre equipaje en el vuelo de regreso a casa.

Cuando Fred le explicó el significado de la palabra al CEO, los ojos de este se le iluminaron como si le estuviéramos revelando la ubicación exacta del Grial Sagrado.

"Y ¿quién imprime esas cosas?" preguntó con gran expectación.

"Pues me imagino que debe haber docenas de pequeñas imprentas que..." intentó contestar Fred.

"No, me refiero a quién manda imprimir este tipo de cosas para una compañía."

"Yo me imagino que alguna persona de marketing," dije yo.

"Ahí está," dijo el CEO. "Ese es el producto, o más bien dicho, productos. Podemos ser una compañía de servicios integrados que te provee de tchotchkes. Ponemos un catálogo en línea, con decenas, quizás cientos de artículos, tú como cliente subes a nuestro sitio web tu logo, mensaje, información de la compañía, te damos herramientas para que diseñes y veas como resultará tu diseño final, ordenas la cantidad adecuada y nosotros nos encargamos de enviarlo a donde tu desees."

Yo empecé a sentir lo que había sentido en otro "glorioso fracaso."

Aquel fue una compañía muy bien financiada, con mucha gente talentosa pero que se enamoró de la idea de producir un producto que no tenía mercado, o más bien dicho, hubiera tenido sentido diez años antes o más, en la década de los ochentas quizás, pero no a principio de los 2000.

Todo había empezado cuando una persona de marketing se enamoró de la idea de producir una computadora dedicada a crear pequeñas tiendas en línea. "Algo que mi suegra pueda operar," era su lema. Infectó a otros y esos a otros--todos ellos de marketing, ventas y administración--pero no a los de ingeniería. Nosotros, los ingenieros les rogamos no se fueran por el lado de hardware. "El mundo," alegamos, "pertenece al software. El software va a dominar, en todos los ambientes y productos. Nada, pero nada, se podrá hacer en el mundo del futuro sin que uno tenga que utilizar algún software. Desde volar un avión hasta pedir una pizza, nada será posible sin la intervención de algún software." No nos hicieron caso, se invirtieron muchos millones, y la empresa fracasó. Luego cuento este glorioso fracaso con más detalle. Pero, recordando aquel fracaso, le dije a CEO:

"Mira, hay que analizar esto con calma. Seguramente ha de haber ya docenas, si no es que cientas, de compañías dedicadas a esto. Ademas, hay dos elefantes salvajes sueltos (loose wild elephants, era el término en boga en aquellos días para decir que había grandes y poderosos competidores).

"¿Si? ¿Quiénes son?" preguntó el CEO.

"Kinkos y Staples," contestó Fred nombrando a las dos grandes cadenas que ofrecen servicios de oficina: impresión, encuadernado, copiado, etc.

"Además ofrecen cuanto producto para oficina pueda uno requerir," agregué.

"Si," arguyó el CEO, "pero el cliente tiene que ir hasta ellos para contratar sus servicios, llevar los artículos que quieres copiar, explicar el diseño, etc. Todo eso lo podría hacer el cliente desde su escritorio, en línea."

Sonaba razonable su argumento. Pero, no habíamos visto la falla inherente en la propuesta. Sería muy tarde cuando la descubriéramos.

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