El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones
Un profesor en una clase que trataba de "Ethics in Business," la que todos considerábamos aburrida e innecesaria para futuros ingenieros que habíamos dedicado horas y horas a resolver problemas de resistencia de materiales y estudiar los misterios del "Fourier Transform," nos dijo (y yo no lo comprendí hasta varios años después):
"Cuando estén ante una decisión en la que por un lado tienen una propuesta concreta y razonablemente favorable y por el otro lado una propuesta posiblemente muy favorable, siempre escojan la primera, porque la segunda rara vez se convierte de "posible" a "probable," y, por lo general rápidamente termina en "improbable."
No recuerdo que tema estaba tratando en profesor en clase cuando hizo esa pronunciación, pero si recuerdo que me vino a la mente cuanto el conocido me dijo al despedirnos en el aeropuerto:
"Piénsalo. Es un proyecto interesante, que tiene todo para ser un éxito: tres millones de dólares en el primer round de inversión, cinco chicos genios para crear cosas geniales, inversionistas para el segundo y tercer round que nada más están esperando al señal para meterle más dinero a la compañía. ¡No puede fallar!"
En lo más profundo de mi pensamiento sonaron algunas alarmas al oír esa frase pues recordé que lo mismo se había dicho de un start-up llamado petfood.com (nombre parecido pero no el verdadero) que había pretendido vender comida para mascotas por la Internet y había gastado 18 millones de dólares intentando hacerlo, tras lo que los inversionistas la cerraron al comprobarse que no había el mercado necesario para justificar seguir intentando crear sus servicios y productos.
Yo sabía que las reglas de oro de Silicon Valley, las que todo start-up exitoso había seguido religiosamente, eran:
- Define muy bien tu producto.
- Define muy bien tu cliente.
- Define extremadamente bien el tamaño de tu mercado.
- Define tu competencia.
- Define lo que te diferencia favorablemente de tu competencia.
Quién violaba o ignoraba cualquiera de estas reglas estaba condenado al fracaso. La razón que los inversionistas querían un "gray hairs" en la compañía era para que este personaje asegurara que las reglas se seguirían al pie de la letra.
Durante los siguientes cinco días después de haber regresado a Monterrey estuve deliberando mi decisión: aceptar la oferta de Atlanta, lo que representaba un trabajo seguro, bien pagado, con muchos viajes, sí, pero con muchas oportunidades de pasar muchos días en casa; o aceptar la oferta de mi conocido y regresar al excitante mundo de grandes posibilidades de grandes cantidades de dinero y de gloria en Silicon Valley.
En la tarde de ese quinto día de deliberaciones internas sonó el teléfono de mi casa. Era el Gerente de Recursos Humanos de la empresa de Atlanta. ¿Había yo decidido firmar el contrato? Después de una pausa de unos diez segundos contesté: "Lo siento, pero no voy a firmar. Tengo otro oferta que voy a aceptar." Mi destino estaba marcado.
Después de colgar con el Gerente de RH, llamé a mi conocido y le dije que aceptaba su propuesta. Me dijo que le alegraba, que ya había hablado con el inversionista del primer round respecto la posibilidad de que yo aceptara unirme a Print.com. Me dijo que si podía volar a San José el siguiente lunes. Le dije que ahí estaría el próximo lunes por la tarde. Quedamos de vernos en el aeropuerto de San José y que el me llevaría a las "oficinas" de la flamante nueva compañía, Print.com
Nótese que escribí "oficinas" entre comillas. Ya explicaré por qué en la próxima entrega.
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